martes, junio 06, 2006

La Homeopatía de las Palabras

Por Mtro. Eduardo González, Psicoterapeuta

Salif Keita, el claroscuro en la garganta

Para Job
y sus rastas
de luz en la guitarra.

El corazón de Salif Keita, es como la casa de puertas abiertas que ha soñado el músico universal. Es un personaje que se reconoce y es aceptado a lo largo y ancho del mundo, pero que no cupo en la estrechez del universito en la cabeza de su padre y los que como él, toman a la raza o el color de piel, como pretextos para discriminar.

Facundo Cabral dice que cuando el hombre canta, ora doble. Creo que en el caso de este músico, es Dios y monarca de los que lo despreciaron, porque ellos lo hicieron rey de la música.

Sale por su voz dorada, el exilio que ha representado su piel: es blanco siendo negro, o negro preso de una piel blanca, para más señas: albino. Ha nacido con ausencia de pigmento en la piel y una corta visión, quizá por lo que la naturaleza invirtió en su garganta privilegiada.

Desterrado de la herencia y el reconocimiento de su padre, Salif renuncia a todo... excepto a su pasión: la música.

Por ello, Keita es el apelativo de un mandingo de raza negra, piel blanca y corazón cristalino. Transparente como el manantial que corre al interior de su propia historia: su voz ha sido adiestrada, por los gritos en las faenas de cacería, en los maizales de su familia.

La tristeza que alberga originaria, se disipa con el baile y goce que provoca su música en las multitudes. Porque cada vez que canta rueda para dentro, una lágrima espesa que humecta su garganta, y así su llanto nos hace posible -a quienes lo escuchamos- una vez más, la alegría de vivir.

Tal es el artificio de la comunicación que tiene la globalidad de la música. Keita transforma el sentir, en vibraciones que nos trasportan a las llanuras de la inmensidad africana que lo habita por dentro.

Mali será la madre-patria que lo ha parido, desterrado sentimentalmente, y a la que regresa a engendrar su primer hijo-disco: M’bemba, concebido y grabado allí.

Regresa a su origen, para dar vida a lo que a él mismo le fue negado: la existencia y el reconocimiento, ya que él no fue un hijo amado, en el que el padre depositó sus complacencias. El exilio lo adoptó como un vástago bien venido a la villa de la música, ese paraíso donde sólo existen seres formados, por un corazón con manos y oídos.

Agradece a la vida el destierro, porque quizá de todos modos hubiera renunciado a su destino de príncipe mudo, porque lo más grande que tiene (su música), no se lo heredó su padre (no pudo... nadie da lo que no tiene, porque la boca canta de lo que está lleno el corazón).

Renunció a ser un músico al servicio de las cortes de su padre, para quien –en su condición de noble- ser trovador y albino es una doble maldición. Para él, su hijo habita el piso menos dos, en el edificio de termitas reales, en que siente el fluir de su alcurnia.

Ante todo esto, Keita pasó de ser príncipe a cantante callejero, nacido en la casta de los mandingo en Malí, África, en 1949. No pudo coronarse porque es albino y se sospechó que sobre él caía un embrujo maligno. Para no enfrentarse con él, escupían al suelo cuando se lo topaban, para “alejar los espíritus del mal”. Podemos decir que la garganta y la música, lo rescataron de la ignominia y la discriminación.

Keita tiene 57 años, 35 de ellos dedicado a la música, y es uno de los referentes imprescindibles de la música africana, en los últimos diez años. A los 18 años de edad dejó Djoliba (donde nació) para ir a Bamako, la capital de su país. Ahí cantó en los bares y la calle, hasta formar parte de Rail Band. En 1991 fue nominado al Grammy por su disco Amen, en el que colaboraron el jazzista Joe Zawinul y Carlos Santana, entre otros. Cantó con el legendario grupo de orientación latina Rail Bando of Bamako, después fundó su banda de fusión Les Ambassadeurs, al lado de Kante Manfila.

Keita radicó en París en 1984, donde grabó su disco Soro, en el que cristaliza la tradición sonora de Malí con toques de modernidad. Este álbum marcó la línea de posteriores experimentos musicales, como la búsqueda eléctrica del “pop afro”, a la vez que legitima la música de su continente, en el seno del rock progresivo.

Su propuesta musical, echa mano de instrumentos y sonidos autóctonos, como el simbi (una flauta tocada por los cazadores en Moriba) o el calabash (instrumento de tres cuerdas). El laúd africano (n goni) es una especie de calabaza con un largo palo y una cuerda que al vibrar hacen eco, y se escucha como contrabajo, pero más seco.

La kora y el lauúd none, usados en las melodías tradicionales africanas, han sido sincretizados con la batería, el bajo, la guitarra eléctrica, para volverse uno sólo en las melodías de Keita. Incluso uno de los músicos, hace del hueco de su boca, un instrumento de música electrónica. Todo esto, encabezado por su timbre de voz, ha sido llamado: la “Voz dorada de África”

Es inevitable que sus presentaciones se presten para las danzas tribales, que además él se encarga de motivar. Cuando el público está muy quieto, Keita hincado pide que bailen, que se expresen. Igual que lo hacen sus dos coristas negras de casi dos metros de altura, que alzan las manos, mueven las caderas y no queda más remedio que dejarse conquistar por la combinación de sonidos acústicos y la pasión del baile.

Keita es considerado uno de los precursores del afropop. Sin embargo en sus creaciones uno puede identificar toques de funk, soul, rock y ritmos cubanos.

La música de su grupo, se presta lo mismo para una ceremonia o un ritual, religioso o festivo, según sea el caso. Los cantos y las danzas del grupo completan el espectáculo.

Es un cantante parsimonioso y de andar tranquilo. Lo único que le hace destacar entre sus compañeros es la voz, porque canta más fuerte o toca una guitarra. En el escenario es el rey, que los prejuicios de su cultura no le permitieron ser. Y aunque Keita sólo necesita la compañía de su guitarra, para impactar con su potente voz. El lenguaje del cuerpo y los tambores penetran las emociones de sus espectadores...

“Sólo hablo de amor porque ya hay demasiados problemas: enfermedades, hambre, guerras... Y no he querido hurgar en la herida con un cuchillo”, dice en “M’Bemba” (que significa: Los ancestros).

El clima casi espiritual y el idioma universal de su música, es lenguaje que rompe la barrera del idioma, por encima del color de la piel y las ideologías.

En la guía ilustrada a la música africana de 1995, se puede leer: “Salif canta con una pasión desgarradora que evoca los gritos del blues en las tragedias y luchas de la historia. Luego de muchos esfuerzos, Salif ha conseguido trascender las penalidades de la existencia y convertirlas en un canto de catarsis”. Sin embargo calificar como mera catarsis lo que ha sido un proyecto de vida y una especie de resurrección –en la música- de la muerte REAL que le esperaba, es una distracción reduccionista, en el mejor de los casos, porque su voz en la representación sonora de la libertad. Ya que “Nació maldito, pero su música lo ha salvado”.

Su apariencia es casi mitológica, porque “ha llegado a convertirse, a base de esfuerzo y talento, en una de las voces más sólidas del continente africano. Es un hombre espiritual, que vive en el amor y en la paz a través de su música. Condición que lo vuelve un ser preocupado por los problemas sociales, como la pobreza, la marginación y la exclusión” se ha dicho de él.

Rechaza toda forma de exclusión y desigualdad, porque considera al mundo la casa de todos, dice: “El papel del artista en estos momentos, es uniformar los valores. Hablar por las personas que no tienen la oportunidad de hablar. Decir que ‘a él le duele la cabeza’, porque ‘él no puede decirlo’, debemos hablar por los que necesitan comer, los que necesitan amor, los que necesitan libertad. La gente debe ver estas necesidades reflejadas por los artistas, y estos deben siempre expresarse a través del amor, de la música y de las melodías”.

Conoció México escuchando a Carlos Santana, a quien admira... “Hablar de México es pronunciar un gran nombre del mundo, es algo que necesitas conocer. Si conoces ese nombre es algo que debes conocer, algo que se te mete en la cabeza por la gran diversidad cultural que aquí existe”.

Mezcla la música a partir de lo que ama, pasándose de largo si es blues, electrónica, soul o folklore africano. Keita ha dicho que «desde pequeño le han gustado estos ritmos” pero además ama su cultura, por lo que decidió mezclar lo que le gusta, que es lo que ama.

Cuando se le pregunta: ¿Cómo es que logró ser músico, cuando su familia pertenecía a la realeza?, habla de su lucha y convicción por conseguir lo que quiere. Considera lo suyo un excelente trabajo, por lo que fue capaz de decir a su padre: “esta es mi solución, si tú tienes otra, dímela y eso es lo que haré... yo no tuve otra mejor y sigo haciendo mi vida”.

Keita ve al pasado como una oportunidad de aprender, para que mirar el futuro sea –realmente- una posibilidad.

Tiene en la voz, la misma nostalgia de Tracy Chapman y toda la tradición de música negra que habita el mundo, con ella comparte su origen ancestral: Africa y la raza negra; pero además con la virtud de conservar el idioma de aquella tierra-patria... al igual que los reyes del jazz y el blues.

Su fuerza sería impensable, sin la energía que le provocan las multitudes. Ese desesperarse cuando quieto, su público no se mueve, por lo que le pregunta: “¿Qué les pasa, por qué no se mueven?... porque quizá la inmovilidad lo remite a ese estado de sentencia, al que su padre y la sociedad intentaron condenarlo por su color de piel, o más bien: por su ausencia de color en la piel.

Salif ha demostrado que sigue siendo soberano, porque su reino nunca ha sido de este mundo, mucho menos del gobernar de su padre. No pudo ser monarca porque es lacayo de la música, a ella se debe y por ella es que vive. Quizá muy en el fondo agradece a la vida, el haber nacido albino, para evitarle la pena de renunciar a un destino de rey forzado o hijo pródigo por convicción.

La pasión por la música en su garganta de cenzontle (“pájaro de diez mil voces” diría el poeta Netzahualcóyotl) lo hace cantar aquello de que lo está lleno el corazón. Su guitarra abre la puerta hacia la libertad, y el amor de los que encendemos cirios a los poetas y agradecemos la existencia de la música.


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