sábado, abril 22, 2006

A la busca de las tumbas del rock

Ángel Varela | A Coruña)


«Pégate un tiro para sobrevivir»

Chuck Klosterman. Reservoir Books. 267 páginas.



Un periodista de la revista Spin recibe el encargo de visitar los lugares en donde han muerto músicos famosos para hacer un reportaje. El plumilla era Chuck Klosterman, que aprovechó el encargo de su jefa de redacción para escribir una crónica literaria con planteamiento de road-movie en la que cuenta tres rupturas sentimentales en el plazo de los veintiún días que dura el viaje y, lo que quizá es lo más interesante del libro, vierte todo tipo de opiniones, obsesiones y anécdotas sobre la historia del rock. Algunas de estas digresiones explican acertadamente la publicidad extra que significa la muerte de un músico para una compañía discográfica. En este punto, por ejemplo, Klosterman recuerda que antes de que Kurt Cobain se suicidase muchos aficionados preferían Pearl Jam a Nirvana y que, tras la muerte del cantante, cambiaron sus preferencias hacia la banda de Cobain. Otras de las microhistorias de Klosterman van más cargadas de ironía privada, pero explican bien las características personales de un fanático del rock. En ese campo, el periodista cuenta cómo su obsesión por Kiss le obligó a comprarse toda su discografía en disco compacto, a pesar de que ya tenía todas sus grabaciones en vinilo, cuando a principios de los noventa las empresas musicales se hicieron de oro al trasladar el sonido de los viejos LP a los CD. Imagino que volverá a sacar la cartera cuando Kiss remasterice sus álbumes para adaptarlos a las descargas digitales de Internet (algo que puede sonar a broma, pero en lo que los encargados de gestionar el legado beatle, por ejemplo, afirman que ya están trabajando).



CHELSEA HOTEL

Regresando al encargo primigenio que le hacen a Klosterman, la primera visita del periodista comienza en el mítico y neoyorquino Hotel Chelsea, lugar al que músicos como Leonard Cohen han dedicado canciones y que fue el escenario de la violenta muerte de Nancy Spungen, la famosa novia de Sid Vicious, el bajista de los Sex Pistols que, según todos los indicios, apuñaló a su pareja y murió de sobredosis antes de que se celebrase el juicio. Cuando Klosterman pregunta en el Chelsea si puede echar un vistazo a la habitación número 100 la respuesta del recepcionista es desalentadora: «No tenemos ninguna habitación número 100. La convirtieron en un apartamento hace 18 años. Pero sé por qué lo pregunta». Posteriormente, el empleado del hotel habla de la gran cantidad de clientes que desean alojarse en la habitación en la que fue asesinada Nancy Spungen: «Odiamos que la gente nos pregunte por ese asunto. Déjalo bien claro cuando lo escribas: odiamos que la gente nos pregunte por ese asunto». Tras iniciar su investigación en el Chelsea Hotel, la idea de Klosterman pasaba por finalizar su trayecto en otro establecimiento hostelero, concretamente en la habitación número 8 del Joshua Tree Inn (California), el motel donde el mito del country-rock Gram Parsons murió en 1973 «tras reemplazar su sangre por Jack Daniel’s, cocaína, barbitúricos, morfina y THC».



PELIGROSOS AVIONES

Entremedias, el periodista de Spin localiza el sitio en donde se estrelló el avión de los Lynyrd Skynyrd (ya saben, los de Sweet Home Alabama) en el año 1977. Fallecieron el cantante Ronnie Van Zant, el guitarrista Steve Gaines y la hermana de Gaines, que en ese momento les hacía los coros. El habitante de una granja al oeste de Magnolia (Misisipi) lo guía en su moto de cuatro ruedas a un lugar marcado con un arco que lleva la inscripción de uno de los temas más famosos de la banda (Free Bird), una bandera de los confederados y la estatua de un águila. Cuando Klosterman quiere acercarse a los restos del fuselaje del avión, situados a una cincuentena de metros, el granjero le advierte de que no vaya si no quiere que lo muerda una serpiente boca de algodón.

Klosterman también visita el lugar de otro de los accidentes de avión más famosos de la historia del rock: el que sufrió la avioneta que llevaba a los músicos Big Bopper, Ritchie Valens («más conocido por la interpretación que hizo de él Lou Diamond Phillips en La Bamba», escribe Klosterman) y Buddy Holly. «Don McLean dijo [en el tema American Pie] que ese accidente marcó el día en que la música murió», asevera el narrador. La visita al campo de alubias cercano al pueblo de Clear Lake (Iowa) en donde se estrelló el aparato volador sirve al periodista para recordar otros accidentes aéreos que tuvieron a músicos famosos como víctimas: Ottis Reading se estrelló cerca de Madison (Wisconsin), el DC-3 de Rick Nelson cayó camino de Dallas, el guitarrista de blues Stevie Ray Vaughan murió a bordo de un helicóptero e incluso un mito del country como Patsy Cline acabó sus días en una catástrofe aérea. Finalmente, el clímax del libro no es la muerte de Gram Parsons, sino la de Kurt Cobain, y su casa situada en el bulevar Lake Washington de Seattle convertida en «el Xanadú de la muertes del rock moderno».

link : http://www.lavozdegalicia.es/reportajes/noticia.jsp?CAT=106&TEXTO=100000092804

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